Los HONGOS: un laboratorio bajo tierra

Si buscamos el organismo vivo más capaz de adaptarse al cambio, ése es el hongo. Se estima que en la naturaleza existen diez millones de especies, de las cuales solo se han descrito formalmente cien mil y solo se conocen algunas de las propiedades de unos cientos.
No son ni animales ni plantas, pero tienen características comunes de ambos reinos y ya se sabe que plantas y
árboles, no solo no podrían subsistir sin ellos, sino que incluso se sospecha que también alargan su vida. Los que conocemos como setas u hongos, son en realidad la parte floral de un organismo mucho más grande que casi siempre vive bajo tierra y del que, ún se desconoce mucho.
El verdadero hongo se denomina micelio y está formado por una fina y densa red de hilillos (denominados
hifas) que se encuentran bajo tierra, que pueden llegar a ocupar extensiones gigantescas y que fructifican dando lugar a las setas que vemos cerca de los árboles y plantas.

Algunos de estos micelios viven en simbiosis (es decir en colaboración) con plantas y árboles: ellos aportan minerales que extraen del suelo y otras sustancias y, a cambio, las plantas comparten azúcares y otros compuestos orgánicos que los hongos no son capaces de sintetizar por sí solos. El primero en observar
las micorrizas y bautizarlas con este nombre fue el botánico alemán Albert Bernhard Frank, en 1885. Son los estudios de la micóloga Bárbara Mosse en Inglaterra los que dieron a conocer a mediados del siglo XX, la importancia de los micelios para el 95% de las plantas y árboles. Cuando un hongo se une a las raíces forma un órgano nuevo llamado micorriza, que aumenta la capacidad del árbol de absorber minerales, nutrientes y agua, y le aporta antibióticos naturales que lo protegen de otros hongos dañinos, bacterias e insectos que atacan las raíces. Los últimos estudios han descubierto que al micorrizar, los hongos incluso pasan hormonas de crecimiento a los árboles que no podrían sobrevivir entre otras plantas de mayor velocidad de crecimiento.

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